jueves, noviembre 13, 2008







hola,





te escribo desde una banquita en el muelle. quería compartirte el maravilloso paisaje que ahora mismo contemplo, por eso vine. procuraré transmitirte la imagen visual y la sensación fisiológica que me produce verlo. llegué hace pocos minutos con un grupo de amigos que arribaron de lima a pasar unos días de solaz. la última vez que hablamos en espacio/tiempo real prometí recibirlos. y bueno, ya estamos instalados y disfrutando lo que resta del día aquí, en el malecón de Huanchaco. llegaron hoy, justo cuando pretendía mudarme unos días afuera de la ciudad. no pudieron ser mejor oportunos: ellos, el clima y la circunstancia me leyeron anímicamente. estamos ahora en un bar cercano al muelle. hemos pedido una botella de pisco, sal, limón y un piqueo sólo para comenzar... la noche aún es virgen. hay saudade y euforia en cantidades astronómicas. por cierto, aprendí a inducirme a un estado pleno y duradero de embriaguez sin necesidad de ingerir una décima de licor. ¿sabes qué es la autofagia? es la explicación. te contaré la técnica pronto. será lo primero que haremos.





en fin… salí, como te dije, a escribirte y detallarte este momento. imposible hacerlo estando ellos cerca. son casi las 8:00 p.m. y desde aquí puedo ver cómo asciende desde el horizonte azul eléctrico una luna anaranjada plena, enorme y fabulosa como un niño recién nacido.







sobre El dinosaurio





En el verso final del poema Una noche, escrito por Giorgio de Chirico entre los años 1911 y 1913, en la traducción de César Moro (*), podemos leer:

‘… Al despertar la felicidad todavía dormía cerca de mí’.

Tres décadas después, Augusto Monterroso, con el mismo esquema situacional escribiría su famoso relato mínimo El dinosaurio, que recita:

‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí’.


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(*) De la antología titulada La poesía surrealista, compilada, estudiada y traduccida por César Moro durante la época de su exilio en México, publicada en el año ‘97 por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Una tarde, recuerdo, el poeta Alberto Alarcón me contó que Monterroso le comentó a Marco Martos en una conversación que la idea del relato le apareció una mañana cuando al despertar Julio Cortázar (como un ser real y mitológico al mismo tiempo) meditaba en la habitación que compartieron en una oportunidad que más adelante detallaré.