viernes, octubre 27, 2006

Canción
El peso del mundo
es amor,
bajo la carga
de la soledad
bajo la carga
de la insatisfacción
el peso,
el peso que arrastramos
es amor.

¿Quién puede negarlo?
En sueños
toca
el cuerpo,
en el pensamiento
construye
un milagro,
en la imaginación
angustias
hasta que nace
en el ser humano -
Observa desde el corazón
– ardiente de pureza -
porque la carga de la vida
es amor,

pero acarrearemos el peso
fatigosamente,
y hemos por lo tanto de descansar
en brazos del amor
finalmente
hemos de descansar en brazos
del amor.
No hay reposo
sin amor,
ningún sueño
sin sueños
de amor -
ya sean locos o helados
obsesionados de ángeles
o máquinas,
el deseo final
es amor
- puede no ser amargo,
puede no negar,
puede no retener
de ser negado:
el peso es demasiado grande
- ha de dar
a cambio de nada
como es entregado
el pensamiento
en la soledad
en toda la excelencia
de su exceso.

Los cálidos cuerpos
resplandecen juntos
en la oscuridad,
la mano se mueve
hasta el centro
de la carne,
la piel se estremece
de alegría
y el alma acude
gozosa a los ojos -

sí, sí,
eso es lo que
yo deseaba
lo que siempre deseé,
siempre deseé
regresar
al cuerpo
donde nací.

(Allen Gingsberg)

jueves, octubre 26, 2006

La fábula de mis escrituras
o tributo a la obra de Novalis
(continuación)
III

Acontecido el primer Gran Cataclismo, se consolidó en el consciente colectivo el uso del lenguaje articulado. Se erigieron grandes complejos arquitectónicos en honor a una Nueva Religión, y, a través de un lento pero constante proceso de ajuste continental, se configuró el actual semblante de la faz planetaria.
Cierto es que, entre hombres y mujeres, se acentuó un sentimiento de desarraigo, de oquedad. Hombres y mujeres anduvieron por el mundo, incompletos, desperdigados. La remota pero ahora tangible separación hombre-naturaleza produjo la necesidad de fusión atómica. Se instauró entonces, por tal motivo, el ritual del matrimonio como recordatorio de los anhelos de la especie. Habíamos asumido nuestra mortalidad y adquirido con ella habilidad para diseñar ingenios que hasta hoy nos permiten registrar nuestra forma, y asimismo, trascenderla más allá de la muerte.
El nuevo orden, la lecto-escritura del espacio, se estableció para dar luz a los nacientes ciegos de nuestro Sistema. Roturaron con ese objeto una Cúpula de signos, una especie de máquina de control moral sobre la especie, la llamada hoy Biblia, palabra proveniente del griego Biblos (puerto fenicio donde se fabricaría los folios que Alejandro Magno usaría para difundir conocimientos elevados y vitales como el Pentateuco –la Septuaginta- para fabricar, a través de alquimia, la Piedra filosofal y la Ambrosía). Su diseño debía ser fiel a la configuración del Cielo. Establecieron así, además de un Corazón para todos los mundos, un instrumento de gobierno de las Jerarquías sobre los seres humanos.
Algunos osaron estudiarlos sin el consentimiento de sus Vigías espirituales. Su audacia los condujo al error, de retorno a los mundos inferiores, donde hallarían la condenación de sus faltas. Registraron la mecánica en el Telar de las Primeras, el friso del pórtico que cruzarían los infelices si su deseo era alcanzar el perdón y corporizar nuevamente en el mundo humano.
En el curso de su derrotero, la sicostasia, amén de las complicaciones e itinerarios que debían transitar para retornar al mundo físico, eran juzgados por cuarenta y dos ministros; sus corazones eran medidos en el Salón de la Balanza mientras se juraban dignos de aprobación.
El libre retorno de sus almas dependía indefectiblemente de la sentencia de los jueces. En caso de desaprobación, Anubis arrojaba la célula vital del condenado para ser tarascada y deglutida por un abominable destructor híbrido, un ser reptilesco con melena leonina y manchas en el lomo.
Si era bendecido con la aprobación, Horus conducía el ánima hacia el último Cielo, donde le otorgaba la gracia de beber el Verbo divino. Los jeroglíficos, ­­­­números y caracteres se animaban en torno del alma acrisolada, los himnos y cánticos angélicos que debía practicar si su deseo era regresar al Amenti, allí donde se formulan los ingenios que sustentan a las Especies.
Finalmente, un guardián registraba el resultado del juicio en los Arcanos Universales. Su historia, la saga de nuestro avatar, comenzaría con el primer hálito de lucidez en el corazón del Arquetipo, el primer iniciado, hace aproximadamente doscientos años en una ciudad germana.
IV
El extinto lenguaje de los cristos y de los ángeles, patrimonio de quienes lograban la trascendencia, se revelaría por última vez a un joven bien educado y fino, de rostro delgado y pálido, y de ojos muy negros, que descendió a los textos de la nueva y definitiva Alianza y entrevió entre sus átomos la causa de su pasión por el Amor, el arcano fundamental de la Escuela de los Tiempos Alternos.

Aplicando los procedimientos señalados en las Escrituras, logró acrisolar con éxito el lenguaje de los Primogénitos.
Algunos fueron testigos de ese prodigio, pero su total comprensión seguiría siendo un enigma para ellos; su esperanza era que los Misterios se develarían el día que la asunción del entendimiento sea en ellos una realidad tangible.
Sabemos de él que ahora gobierna la geografía de Tiamat gravitando a la diestra del Señor Lunar, rodeado de poderosas Presencias etéreas.
Las señales en la noche nos indican que, desde su trono, evoca rítmicamente los Rostros de su Único Infinito. Quizá busque un atisbo de aquella blanca iridiscencia… o quizá serenar la vigilia de sus Hermanos…
Soñé con él, y hablamos; consultamos en los Registros del Universo las variantes de futuro o posibilidades alternativas dentro del destino o destinos, que, al fin y al cabo, estuvieron desde siempre grabados en el conciente colectivo como si fuesen varias puertas, opciones o derroteros en número finito preconocidos por Él y perfectamente congruentes con las leyes que forman y rigen el Universo.
Algo más pregunté, pero el señor Dios se negó a revelarnos mayor información.

lunes, octubre 09, 2006

La fábula de mis escrituras
o tributo a la obra de Novalis

I

En un tiempo ahora memorial, los maestros de la Verdad cristalizaron sus experiencias en las páginas de un gran arcano, testimonio del pacto entre una entidad arcaica y sus potestades. Su contenido era una ciencia para los hombres. Obedecer sus leyes, interpretar sus símbolos y consagrarse a la contemplación de sus misterios era premiado con la santificación. Aquellas vitelas, fabricadas con cuero de animal y redactadas con sangre de cordero, podían ser interpretadas únicamente por un elegido - iniciado en su lectura y confección - y su progenie.

Quien leía era arrebatado por lo insondable y maravilloso de su contenido: sonidos como navíos fantasmales, desperdigados, en un eterno y nebuloso océano sideral. Revelaban el pasado, presente y futuro de nuestra estirpe. El principio universal había sido fosilizado en sus códigos; el lector experimentaba la desintegración sistemática del ego conforme remontaba su complejidad.

Sus principales herederos y exegetas, desde la cima de la sabiduría, revelaron al mundo los propósitos de la especie. Advirtieron simetría entre el cielo y los océanos humanos. Descubrieron las razones del misterioso comportamiento físico. Penetraron sus principios, descendieron a sus fundamentos; advirtieron la mecánica del movimiento, las primeras causas y los fines. El origen de la familia humana nunca antes se mostró tan cristalino, tan diáfano.

Aquel, era tiempo de los primogénitos: la unidad atravesaba el todo y la correspondencia entre inteligencia y naturaleza era perfecta. Hombre y mujer eran un mismo lenguaje, una sola floración de la vida. Concibieron formas, las nombraron y así definieron los límites de su esfera. Los elementos aire, tierra, fuego y agua eran todo el alimento necesario. Nada había más allá, Non plus ultra, sólo el acierto de saberse nacidos en la cima de la luz.

Al finalizar su contemplación, comprendieron lo ineluctable: debían iniciar una empresa: peregrinar los círculos abisales e integrarse al Amenti.

Antes de desaparecer en el desierto, designaron el cuidado de la Obra a la casta; los hicieron responsables de su destino y les concedieron soberanía sobre su patria. Desearon, lacrados por el fuego de su gnosis, que el orden cósmico se perpetúe original, como era en el Principio. Con este propósito, heredaron a los hombres las estrellas, los montes, la velocidad, todo, pero no la voluntad. Olvidaron la diferencia entre querer y poder, y obviamente, el poder de sus corazones.

Era preciso conocer otras fronteras, participar de las leyes que gobiernan el reino de sus hermanos, los Menores. Llegaron a la conclusión de que era necesario experimentar, acercarse lo mejor posible al objeto de sus observaciones, y pecaron, encadenándose voluntariamente y por tiempo indefinido a la sensación de ser carne, polvo vibrante diseminándose lenta e irreversiblemente en el elan infinito de la existencia.
Experimentaron el placer de sentir, de vibrar; advirtieron en sí mismos la sublime verdad que se les velaba… Fueron conscientes de sus transformaciones; no obstante, la angustia de saberse sometidos al ciclo de la vida y de la muerte los desolaba. Era cierto que sus cuerpos eran limitados y sensibles con un poder extraordinario. Incluso habían entendido que, librando la suma de sus voluntades, definirían las fronteras de su dominio… para ellos, el Cielo no sería límite arriba ni abajo. Pero el ser, el sentirse, despertó en ellos no sólo el poder de realización dotándolos de un atributo superior al de los dioses, sino también sus propias limitaciones. Se tornó inconmensurable, como cuenta la leyenda, en el Edén.
A pesar de todo, fue su fortaleza, y por ende, la razón de una lucha que terminó por arrojar a los rezagados espíritus lucíferos del Sistema.
Una lóbrega noche, ofrecieron su sangre al orden establecido por el Redactor en una remota partícula de la Gran Roca.
II

Los lémures sobrevivientes establecieron el primer Alfabeto y también los propósitos de la Especie. Precedieron así la construcción de la Historia. Entregaron los códigos al Adán arquetípico pero no a sus Regentes, pues no era relevante para ellos como es hoy para nosotros.
El sistema comunicativo, diferente hasta ese entonces, un alfabeto no verbal, fue sustituido por la expresión verbal. El descubrimiento de una forma de registro permitió programar la concepción de espacio y tiempo entre las circunstantes criaturas del Génesis, de la que se desprendió, tiempo después, la idea de las revoluciones. Desearon poder como nunca antes, y, para gobernar, entendieron era necesario restaurar el vínculo con la divinidad. Los sagrados instrumentos de control fueron, en primera instancia, aquellas Escrituras.
Al poco tiempo, tristemente, el fulgor de sus rostros decayó con la lenta e irreversible desintegración de sus cuerpos. Nada hecho por ellos pudo revertir ese proceso: debieron aceptar la disolución de su pacto con Dios y sustituirlo por una Alianza nueva y eterna.
"El hombre volverá a ser inmortal. Su cuerpo será la ofrenda y también la celebración”, les anunció la sombra de un arcano olvidado, casi extinguido, marchito.
(Continuará)