lunes, julio 21, 2008







no more mosquitoes






Necesito parir. No sé si un universo o una criatura que lo habite. Necesito expresar un sistema orgánico y complejo como lo haría un sabio escolástico, pero en nuestro tiempo. Pienso, ya lo saben, en un personaje. Fresán y Bellatin me evocaron en algún momento esa metafísica teológica que deriva del conocimiento de las ciencias naturales. Por alguna razón rememoro ahora sus personajes, seguramente son el referente del personaje que necesito parir. Quiero concebirlo y describir su contexto. Lo sueño, veo sus articulaciones y organicidad como si observara la estructura semántica de un poema, las expresiones de su rostro, algunos rasgos de su psique y su desplazamiento en el plano del espacio físico. Pero he notado la ausencia de un factor determinante: el hálito primordial. Un sabio escolástico o genio decimonónico, como Paracelso o Frankenstein, imbuido en la complejidad de sus operaciones, quizá habría olvidado o evitado tratar este breve pero importante detalle previo a la experiencia demiurga. Henri Bergson lo llamó elan vital. Entiendo que, para dar vida a mi homúnculo, primero debo soñar su primera bocanada de luz, el estertor del parto y quizá también la música que se desprende del primer gong. El primer impulso es también el último, entenderá el individuo cuando haya desarrollado por completo su psique y su cuerpo físico. Durero, recuerdo, alguna vez se abstrajo en una matriz cognitiva. Aquel ángel pensativo al pie de la matriz numérica atesora todas las ideas, todos los significados, todos los mensajes de la interacción entre los elementos in situ grabados. El ángel, por cierto, no sólo es el centro de la composición, sino también la proyección espacial del punto de fuga. El polígono, la estrella, el cánido, el muro, el ángel melancólico son cuerpos que interactuan y se reproducen. Son perfectos juntos. La ausencia de uno detendría la obra, la fábrica celeste.




Digamos que soy un soñador y se me ocurrió la genial idea de dar coherencia y pulsaciones a la suceción de abstracciones y conjeturas que llamamos things, esa llamarada que se consume danzando ahora mismo en el prisma de tus ojos.



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