miércoles, junio 11, 2008






Asapuente*


'Por un momento tuve la impresión de que todo no había sido más que un engaño de la hora, de la soledad, de la neblina. Un espejismo, se podría decir, si espejismos hubiera en las noches invernales de esta costa.' (De Diadema de Luciérnagas, Edgardo Rivera Martínez)
.
Los celadores se acercan al foso. Sus negras siluetas recortan la luz anaranjada del sol en poniente. Una ráfaga de polvo eclipsa la visibilidad. Ha llegado la hora.

Los reos son obligados violentamente a salir, apenas pueden oponer fuerza, resistirse al sometimiento. Son conducidos hacia el centro del patio ceremonial. Ellos serían el ofertorio, lo sabían. Afuera, las diferentes castas del pueblo moche esperan en un mutis reverente.

Una sacerdotisa articula su discurso a la diestra del Gran Señor. Cuatro de los generales más destacados de la nación entran en escena. Dos de ellos lucen magullados, transpirando, jadeando un poco pero dispuestos firmemente frente a los otros dos guerreros, que lucen extrañamente serenos y confiados en obtener la victoria.

De pronto, la lucha inicia. El bramido de los golpes retumba en los sólidos muros de barro. Afuera, la ciudad entera permanece silenciosa. Los guerreros luchan sin darse tregua un solo instante. De repente, uno de ellos cae, un certero golpe le destapa el cráneo. La derrota del otro es inminente, finalmente es reducido.

Los dos guerreros vencedores lo conducen frente al estrado del Gran Señor. Luce abatido, pero en todo momento en actitud honorable. El Gran Señor observa la escena, impasible. Una lágrima se desliza lavando la pintura de su rostro. Nadie, excepto el General Vencido, advierte el detalle. Sonríe apaciblemente, resignado, casi sin fuerzas.

El General Vencedor lo despoja de los símbolos, su tocado, el vestido, mientras un grupo de soldados desnudos atados uno tras otro entra en escena. Un celador los conduce hacia el centro del patio, junto a su general, que yace arrodillado, tenso, esperando el momento oportuno para liberarse de sus verdugos.

Dos celadores transportan el tocado y el cuchillo litúrgico para el vencedor.

De pronto, el General Vencido logra liberarse. Con un ágil movimiento pudo rodar hacia su tocado y con él cercenar la garganta del guerrero amanuence.

El General Vencedor reacciona subiéndose a la plataforma del Gran Señor. Toma el cuchillo ceremonial y se lanza otra vez contra el General Vencido. El General Vencido aprovecha la torpe arremetida del General Vencedor y desvía la trayectoria del brazo y de la mano incrustándole el cuchillo en el pecho. El General Vencedor, ahora vencido, se desploma de rodillas, sin vida. El General Vencido, ahora vencedor, toma el cabello del general muerto y le corta un mechón. Finalmente le cercena el cuello. La sangre mana como una fuente.

La sacerdotiza le entrega la copa ceremonial. El General Vencedor se sirve en actitud reverente. Entrega la copa al Gran Señor. El Gran Señor, de pie, bebe haciendo una reverencia y musitando una frase con dirección al Sol, que se oculta en el horizonte. Finalmente devuelve la copa ceremonial al General Vencedor, que también bebe, cerrando de esta manera el círculo de Solsticio.

Los soldados del General Vencedor fueron liberados y los del vencido se entregaron voluntariamente. Bajo la luz de la Luna, sus sombras se verían rodar desde la cima del Gran Blanco hacia la roca del Centro Ceremonial.

El pueblo entero celebra en el centro de la ciudad. En su celda, el Gran Señor se muda de vestimenta. En realidad se trata de la Gran Señora, la Señora de Cao. En ese momento, el General Vencedor irrumpe...

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(*) Fragmento de cortometraje. Con el soundtrack del grupo Nada.

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