viernes, octubre 19, 2007







la rosa eterna






"...Hay que mantener la mente en el estado fluídico de adaptabilidad
que caracteriza al niño (...) que (...) ve las cosas
como a través de un cristal empañado" y como Ayax,
está siempre alerta, anhelando "Luz, más luz".

Max Heindel, El concepto Rosacruz del Cosmos







En el centro del bosque había una pileta de mármol con gárgolas y jardines laberínticos, pródigos en orquídeas, rosas azules y variedad de flores exóticas. Un lago adyacente limitaba casi toda su extensión. El bosque, interpolado por ciénagas, sotos y prados abiertos, remataba en un breve semicírculo montañoso. Su belleza y riqueza frugal atraía en especial a los niños, quienes esperaban las horas del atardecer para dejarse ir y jugar entre los árboles.


Rosa, una niña de intelecto extraordinario, visitaba con frecuencia los parajes más solitarios. En ellos hallaba silencio, perdía la noción del tiempo y no regresaba de sus viajes imaginarios sino después de lapsos muy prolongados. Andaba todo el tiempo como ausente, aunque siempre ingrávida, ligera como una nube.




Cada elemento, roca, árbol, flor o animal tenía su propio patrón de comportamiento, dimensión, impulso y un profundo significado.




A los doctos hombres de su tiempo les fue imposible interpretar su psique. Codiciaban a Rosa; algo significaba para ellos y por eso pugnaban por estudiarla. Lo intentaron con psicotrópicos, exorcismo y aun con sortilegios, pero nada… quizá en el fondo no aceptaban la posibilidad de una mente femenina prodigiosa.



Un día, en un momento de ocio, Rosa encontró La Iliada de Homero. No sólo la leyó, sino además la memorizó. Tanto la conmovió la obra que, apenas acabó de leerla, corrió emocionada con dirección al bosque. Se le ocurrió la maravillosa idea de representarla. Para ello, pensó en asignar un papel a cada uno de los niños que frecuentaban el bosque. A los dos más fuertes, que lucharon por captar la preferencia de Rosa, los llamó Héctor y Ulises. A los más pequeños los llamó Nefelíbatas. Ella sería la diosa Atenea.


Pero Atenea necesitaba un corcel, ¿dónde encontrarlo? Recorrió todo el bosque hasta descubrir, junto a una laguna de aguas claras, rodeada por los árboles más añosos, al siervo que buscaba, al más contemplativo y temperamental -según una crónica sobre su existencia-. Su nombre era Christian, le gustaba caracolear en la orilla de una ciénaga y recrearse con el silencio del lugar.




Rosa, en un instante, posó su mano en el hombro de Christian y lo invitó a convertirse en su corcel. Christian aceptó. Juntos cabalgaron Ilión. Cruzaron las fronteras del mundo y lanzaron una flecha que quizá atravesó los límites del universo, y rieron mucho...




Rosa cerraba los ojos al ver el mundo en veloz cabalgata. Sentía la brisa del bosque y escuchaba el silencio de las copas desafiando al viento. Christian galopaba y ella lo abrazaba sin saber que Eolo, dios del viento, extinguiría el agitado corazón de su corcel. El extenuado siervo expiró galopando. Antes de morir prometió a Rosa regresar para dar continuidad al símbolo de la historia.




Rosa sólo vio un universo entero jugando sin piedad al azar, sin tener en cuenta que ese azar nos lacera, que no somos dioses del Olimpo, y que ella, sobre todo, nunca lo fue. Lloró interminables noches pero tuvo que olvidarse para no perder la razón.



Una noche percibió una tenue presencia musical que la llamaba. Provenía del bosque. Le interesó el pálido rumor del viento y se dejó guiar por aquella extraña pero fascinante melodía. Una vaga fosforescencia alumbraba el empedrado camino. La noche lucía su traje fulgurante. De pronto, entre la broza a orilla de la ciénaga, distinguió un caballo blanco.



Estaba tendido. Se percató que en uno de sus cascos había incrustrada una áurea flecha. 'Es el arma de algún cazador', pensó, y se acercó a curarlo. El caballo sólo la miraba. '¿Eres tú?', preguntó Rosa. Y el caballo se incorporó. Emitió un aura nívea. Su voluptuosa crin empezaba desde un dorado cuerno helicoidal, y sus movimientos eran gráciles y elegantes. Sin mediar más palabras, Rosa montó el unicornio y éste levantó vuelo. Ella se fue durmiendo mientras él ascendía.



Al siguiente día, la gente del pueblo buscó a Rosa, pero no apareció. Sólo un transeúnte, que pasó inadvertido por el lugar, la vio atravesar el espacio montada a mujeriegas en un unicornio azul. Los vio convertirse en una constelación de estrellas binarias. Algo dijo, pero sin precisar nada del misterioso suceso, pues entendió que no le creerían. Y como la gente del pueblo exigía justicia ante la desaparición, lo acusaron de asesino y lo torturaron para que confesara un crimen que nunca cometió. Como nada dijo, los más piadosos alegaron locura. Al final, lo condenaron a muerte.




'¡Ustedes son los locos… porque no han podido ni podrán entender la cordura!', dijo antes de morir el condenado.









5 Comentarios:

Blogger Pitufina dijo...

Wenas , he venido a visitarte xq siempre me gusta muxo lo que escribes y las imagenes que pones, me encanta el caballo de la primera imagen es relindo;besitos wapo

12:41 p. m.  
Blogger CÉSAR CASTILLO GARCÍA dijo...

hola alicia, este cuento te lo voy a dedicar, he dicho!

9:13 p. m.  
Blogger Garo dijo...

Muy bueno. Aunque lo puse en un word para no ver las imagenes q colocastes. Excelente

5:15 p. m.  
Blogger N.K dijo...

qué ternura!!
un saludo!

1:53 a. m.  
Blogger CÉSAR CASTILLO GARCÍA dijo...

gracias nana, seguro tendrás mucho qué hablar sobre el tema

9:52 a. m.  

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