sábado, junio 30, 2007

La metáfora del autómata,
De Aquino a los hermanos Wachowsky













El rabí lo miraba con ternura
Y con algún horror. ¿Cómo (se dijo)
Pude engendrar este penoso hijo
Y la inacción dejé, que es la cordura?
(Borges, El golem)

Una leyenda sobre Santo Tomás de Aquino nos cuenta que creó al primer homúnculo de la historia (1); no está claro el procedimiento que empleó, pero sin duda, Víctor Frankenstein, el personaje de Mary Shelley, de haber existido habría sido un escrupuloso lector del santo. Nadie sabe a ciencia cierta el resultado del experimento; su Tratado sobre el arte de la alquimia (2), según algunos intérpretes, bien podría ser el testimonio de aquella experiencia.

Sabemos por la obra de Shelley que Frankenstein usó bobinas eléctricas y algunos fermentos químicos para dar vida a su rompecabezas atroz, pero sobre la criatura del santo muy poco. En su tratado sobre alquimia explica los procesos físicos y metafísicos que habrían dado vida a su golem (3) pero en términos rigurosamente herméticos, impenetrables incluso para los sabios de su tiempo. Sólo una persona en el mundo podía descifrarlo, y ése fue su destinatario, el hermano Reginaldo, muerto en el siglo trece de la era en tránsito.

Aquino llamó a su criatura el autómata porque se desplazaba maquinalmente, sin voluntad. No pensaba, era incapaz de tomar una decisión; se le podía programar para realizar tareas específicas como recolectar especias o ejecutar los caprichos del ‘amo’; y para echarse a andar sólo necesitaba unas palabras mágicas y el hálito vital (4). Sobre su aspecto existen varias versiones: en algunas se parece mucho al hombre de hojalata de la tierra de Oz: movido por una fuerza infinita y renovable pero tristemente porque carece de alma; en otras, al golem de las leyendas hebraicas: creado para servir al hombre que lo formuló y le dio el impulso; Borges, en su relato Las ruinas circulares, habla de un hombre creado a partir del sueño de otro. Tomás de Aquino, a su modo, habría soñado y dado vida a un embrión de hombre, un homúnculo.

Frankenstein, el moderno prometeo, emulaba a Aquino actuando sobre una base técnica sólida y con el espíritu en estado de santidad: sólo así pudo haber tenido éxito en una empresa de nivel demiurgo. Según Shelley, procedió inspirado en arcanos tratados de medicina, y seguramente guiado por la palabra de Paracelso (5), sobre quien recae una leyenda similar a la del santo. Para nadie es novedad el hecho de que en pleno apogeo del cristianismo (s. XIII) los escolásticos, como Aquino, ya conocían la electricidad y el magnetismo de los cuerpos.

Esta idea, la creación de un homúnculo, sedujo a Mary Shelley y la obligó a documentarse. Según su leyenda biográfica, en uno de sus viajes por Europa conoció a un joven médico miembro de una rancia familia polaca, los Frankenstein, con quien trabó una entusiasta y extensa conversación versada en Historia de la ciencia, seguramente impresionados por los estudios de Volta y de Galvani (6), que recapitularon los experimentos escolásticos pero desprovistos del temor al castigo que obligó a los monjes a trabajar en secreto.

San Agustín, de haber trabajado con Aquino –especulo- habría completado el experimento condicionando al embrión humano. Para todo sabio escolástico el ensayo científico era el medio más adecuado para entender la naturaleza y el acto divino de la creación; en este sentido, la experiencia demiurga era la clave final para acercarse un paso más a Dios, la gran mecánica del universo, pero debían tener cuidado porque también, como toda prueba de santidad, portaría anatemas terribles. Quizá por eso Aquino prefirió lacrar la historia y olvidar - como confesó tiempo después - sus sueños locos de juventud.

Pero Aquino no sería el último en experimentar la paternidad de una criatura animada sin voluntad. Gepetto, creación de Carlo Collodi, autor de Las aventuras de Pinocchio, repitió la experiencia demiurga: su deseo de tener un hijo se hizo realidad por intercesión de un hada de fuego, que dio a su marioneta el hálito que necesitaba para andar automáticamente; pero como Aquino y Frankenstein, erró al dejarse llevar por su anhelo individual sin considerar que la criatura también necesitaría un alma.

La imaginación de los hermanos Wachowski da continuidad al mito prometeico: dar fuego al autómata humano. En Matrix, hacen una prospección de los avances científicos y epistemológicos presentes, y además nutren el argumento haciendo de él una síntesis de ideas filosóficas antiguas. También hacen tangible la peor pesadilla del científico: su creación, el autómata perfecto (7), da fin a su ciclo y se yergue soberano sobre los huesos del teatro humano. El mito de Zeus derrocando a Chronos, su progenitor, se repite en ésta, la saga del homúnculo vuelto contra su padre.

El hombre es totalmente plástico, puede ser condicionado de manera natural u artificial. Podemos entrenarlo para realizar tareas específicas, incluso, si queremos, también deshumanizarlo. Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz nos transporta a una hipotética sociedad futura donde los seres humanos son criaturas sin voluntad; han sido decantados en laboratorios y programados en fábricas para realizar labores específicas durante toda su vida. Huxley, en esta obra, advierte sobre el norte que podría tomar la civilización de promover el maquinismo y privar al hombre de su capacidad de raciocinio y autodeterminación (8). La ciencia moderna sabe que podemos truncar el desarrollo del embrión humano para generar células madre, que administrando ciertas cantidades específicas de minerales y vitaminas o estimulando las glándulas podemos alterar el metabolismo; la ciencia tiene el poder de hacer progresar al hombre, pero como es amoral en esencia, también podría destruirlo.

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(1) Del latín homunculus, término despectivo derivado de homo (hombre). Sobre el homúnculo se tiene el primer referente en Paracelso, un médico que habría formado un autómata de pequeña estatura acrisolando la tierra, el agua, el aire y el fuego.
(2) Tratado sobre la piedra filosofal y el arte de la alquimia, ensayo escrito por el joven monje Tomás de Aquino.
(3) Criatura hecha en base de fermentos animales, vegetales y minerales del folclore judeo-cristiano.
(4) Nefesh, soplo vital (Gn. 2, 7). La voluntad que mueve a los cuerpos, la chispa divina, también llamada Ruah, espíritu (Gn. 6, 17).
(5) Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, médico suizo del siglo dieciséis, fundador de la medicina experimental. Se hizo llamar Paracelsus, que significa ‘mejor que Celso’, en alusión a un médico romano del siglo uno llamado Aulus Cornelius Celsus, llamado ‘el Cicerón de la medicina’.
(6) Luigi Galvani, médico, fisiólogo y físico italiano de finales del siglo dieciocho, estudió la naturaleza eléctrica del impulso nervioso. Alessandro Volta, físico italiano, desarrolló la batería eléctrica a principios del siglo diecinueve.
(7) Marx, en El capital dice: “Todo sistema de maquinaria (…) constituye de por sí, siempre y cuando esté impulsado por un motor que no reciba la fuerza de otra fuente motriz, un gran autómata… Tan pronto como la máquina puede ejecutar sin ayuda del hombre todos los movimientos necesarios para elaborar la materia prima, aunque el hombre la vigile e intervenga de vez en cuando, tenemos un sistema automático… Como sistema orgánico de máquinas de trabajo movidas por medio de un mecanismo de transmisión impulsado por un autómata central, la industria maquinizada adquiere aquí su fisonomía más perfecta.”
(8) Un extraño mural mochica pre inca muestra una escena donde los artefactos salen fuera de su control. Una antigua fábula hindú habla de un hipotético momento en que las cosas adquieren voluntad propia.




2 Comentarios:

Blogger Rain (Virginia M.T.) dijo...

�AlbriciaS por este post, C�sar!.

� si pensamos por el otro lado? la posibilidad del cyborg, el ser humano dotado de la experiencia maqu�nica directamente aplicada por tener de m�quina, no siendo androide, sino un ser distinto.

10:43 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

muy buen articulo

1:10 p. m.  

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