miércoles, mayo 30, 2007





El discurso del vampiro



Del mito a la teratología





“Y todo lo que tenga movimiento y vida les servirá de alimento; todas estas cosas las servirán de alimento, así como las legumbres y las hiervas. Lo único que no deben comer es la carne con su alma, es decir, con su sangre.” Génesis, 9, 4.

"Toda persona que coma sangre de cualquier clase, será exterminada de entre los suyos." Levítico, 7, 27.

"Si un hombre de Israel o de los forasteros que viven en medio de ustedes come cualquier clase de sangre, lo aborreceré y lo exterminaré. Porque la vida del ser mortal está en su sangre, y yo les di la sangre como un medio para rescatar su propia vida, cuando la ofrecen en el altar; pues la sangre ofrecida vale por la vida del que ofrece". Levítico, 17, 11.

"Guarden, pues, mis normas y mis leyes y pónganlas en practica. Así no los vomitará esta tierra donde voy a llevarlos para que vivan en ella". Levítico, 20, 22.





I


Cada cultura tiene en su mitología una versión del mito del vampiro. En todas, esta entidad -de origen divino como el hombre o el ángel- deambula serpentina en el Panteón de las Inteligencias celestiales, purgando una condena, excluido en su calidad de Hijo de Dios del derecho a la redención. Y esto desde el principio de los tiempos.


En la antigua Roma, por ejemplo, existió una leyenda que se asemeja mucho a la del vampiro moderno: la leyenda del Lemur. Cuenta que los lemures eran espíritus errantes de seres inteligentes muy antiguos transformados en demonios (sólo Dios sabe por qué), condenados a errar eternamente bajo una maldición. Estos espíritus eran presencias que debían ser gratificadas con ofertorios, preferentemente sangre de jóvenes o hembras vírgenes, para lograr favores o restaurar el orden natural. La sangre era el ofertorio favorito de esas entidades, entendidas por aquellos hombres como divinidades.


Las culturas mesoamericanas y preincásicas, en sus rituales, obsequiaban sangre de guerreros o de mujeres para obtener algún beneficio divino. Los muchik, “fortificaban” a sus deidades bebiéndose la sangre de los guerreros sometidos, pensando que aquel acto ritual beneficiaría la siembra y la fertilidad de sus mujeres. Los egipcios, por otro lado, temían a un pájaro bebedor de sangre, al que consideraban la reencarnación de un inocente ajusticiado. En casi todas las culturas remotas, ha habido tradiciones sobre seres atroces que se gratificaban con atroces ofertorios, o sacerdotes que en el marco de complejos rituales en honor a sus divinidades ingerían sangre y carne de seres. En todas esas culturas, excepto la hebrea (de la que se desprenden diferentes tradiciones basadas en el Pentateuco y los Evangelios), era totalmente lícito sacrificar la vida de los hombres y las bestias, es decir, su carne con su sangre.

Creo haber leído en algún lugar que el nacimiento del primer vampiro podría haberse debido a un sueño que tuvo Adán antes del nacimiento de Eva. En el curso del mismo, Adán deseó con intensidad reflejarse con exactitud. Al despertar, ya tenía compañía: la varona había sido hecha a su medida. Ambos fueron felices un tiempo. Progresivamente, el amor hacia ella se hizo más fuerte. Adán había olvidado completamente a su Padre, a pesar de que le exigía exclusiva contemplación. A qué nivel habrá llegado el amor hacia Eva que, siendo un Dios generoso pero muy celoso, los expulsó del Edén y los maldijo con la experiencia de la muerte a través de los tiempos.


Su idolatría fue castigada con severidad: fue condenado a errar solitario, exento de participar del ciclo de las transformaciones. Al morir Eva, su deseo permaneció activo con una fuerza tal que se hizo voluntad de vida eterna. Aún ahora, cuenta esa leyenda, Adán purga su pecado por ciudades, mares y desiertos, oscuro, silencioso.

La leyenda del primer vampiro, por tanto, se habría originado en la leyenda de los primeros esposos.



II



En la Biblia –principal fuente del imaginario judeo-cristiano-, Dios expulsa a Adán y a Eva del Edén para que purguen su falta, el Pecado Original. Ellos, los antiguos moradores del Paraíso, necesitaron obrar la tierra, purificarse del pecado con dolor, sufrimientos y muerte. Quedó en duda si alguna vez retornarían a la Conciencia rectora del universo. Pero, a diferencia de los primeros esposos, Lucifer (llamado satanás), el otro condenado del Génesis, padecería su condena sin la promesa de reivindicación definitiva.

Vemos que aquella leyenda encuentra en el mito del vampiro continuidad. Vlad “Dracul”, así, tomaría la posta del coloso primordial. Lucifer encontrará, de este modo, vigencia en el mito del vampiro.


Sobre Lucifer, algunos intérpretes sugieren que lucía hermoso, bellamente ataviado con pedrería estelar: alhajas, estrellas, todo tipo de astros brillantes. Poseía además una antorcha esplendente con la que inició la Gran Fogata de la Civilización Humana.

No obstante, la interpretación del coloso primordial cambió; se transfiguró en el animal grotesco, en el satanás escamado, velludo, con patas de macho cabrío y muecas de espanto y lujuria infinitas.



Lucifer o Luzbel (que significa luz bella), alguna vez fue el mayor de los ángeles, bello entre bellos: el ángel portador de la antorcha que activó la luz del universo cuando el Padre dijo “Haya luz” y luz hubo. Cuentan algunos inspirados que, al cumplir su orden, la primera del Señor, Lucifer regresó al Seno de Progenitor sin causar ninguna revolución. No obstante, como su sola presencia desencadenó el Cosmos, regresó a organizar la Gran Fogata, pero a padecer, en el seno de la feligresía, el sueño eterno de la causalidad, el karma: su pecado.



III



Vlad Tepes, el otro ángel caído, fue en un principio el príncipe conquistador y campeador de la iglesia (S. XV), un héroe del cristianismo que a sola mano detuvo a los turcos, y por ello, fue reconocido, amado y también temido por su pueblo.

Vlad “el empalador” o, como se le conocía en su tiempo, “Draculea” –que significa hijo del diablo-, fue vomitado de la tierra luego de blasfemar contra su Dios, ya que aparentemente le había traicionado condenando el alma de su amada, a quien sus vicarios negaron el derecho de entierro, y por tanto, de purificación. El príncipe, angustiado, no se resignó con perderla, sumiéndose en una desgarradora búsqueda por los confines de la vida y de la muerte.


Despreció su propia condición de héroe-santo insultando en el Templo mismo los símbolos consagrados de la fe cristiana, entendiendo que su Dios le había traicionado, desamparando a su familia. Su sacrilegio trocó su pretérita amistad con Dios en abominación y enemistad eterna. Jamás volvería a reintegrarse al estómago de su Padre, excepto a través del amor, que no posee ni poseerá. Quebrantó las leyes y las transformaciones de la vida, se convirtió en un transgresor.

Desde entonces posee sus propias leyes. Es poderoso, domina la materia y la naturaleza irracional, la inteligencia animal, los fenómenos naturales y el inconsciente colectivo. No tenemos certeza de su existencia, no obstante, el tiempo ha perfilado su leyenda y muchas otras que en su seno explican al hombre la leyenda fabulosa de su propio origen. El vampiro –icono de la malignidad, usualmente entendido como una criatura reptilezca y ruin- es un claro ejemplo de ello. En nuestro tiempo se ha transfigurado, gracias al enfoque de algunos intérpretes, en símbolo de pasión, y es hoy por unanimidad, una historia profundamente romántica. Gravita en nuestras circunvoluciones excluido de sus revoluciones pero no de la existencia.

IV

En la literatura existen referentes donde el deseo del vampiro por consumir la sangre (la energía o el alma) de su víctima, es correspondido por el deseo de la víctima de dar en ofertorio ese preciado alimento aunque eso implique su muerte. Howard Lovecraft y Robert Bloch, ahora que recuerdo, en sus relatos El morador de las tinieblas y El vampiro estelar, respectivamente, nos alertan sobre las extrañas criaturas succionadoras e invisibles que pueblan los espacios exteriores. Según ellos, aquellos maravillosos seres se originaron antes de que el hombre pudiese dialogar sobre su propia identidad. Algunas tradiciones esotéricas y la ciencia física refieren que la absorción de energía es cosa frecuente y está dentro del orden de las cosas.


Aristóteles definió la tragedia como “el abismo que separa al deseo de la realidad” y lo trágico como “un tipo de dolor provocado por la visión de un mal, mortal o penoso, que tiene lugar en una persona que no lo merece; un mal que podría caer sobre nosotros o sobre alguno de los nuestros y que está a punto de ocurrir”.

En este sentido las historias vampíricas son historias trágicas y el Drácula de Stoker o el Lestat de Rice son personajes trágicos porque su eterna búsqueda nunca puede tener final. Vivir en la no-muerte es una vida trágica, una vida condenada a la eterna repetición del ciclo vampírico. Estas leyendas, concebidas por error o como mecanismo de control moral en el tenebroso recinto de nuestras peores angustias, desde donde una negativa iridiscencia produce formas lógicas de discurso que sustentan a todas luces el inconmensurable poder de nuestra imaginación, no son sólo bellas metáforas de arquetipos bíblicos, sino también de nuestros propios temores y vicios.

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